En Francia, los avances más decididos hacia el absolutismo se produjeron bajo la dinastía de los Borbones, especialmente, por inspiración del primer ministro de Luis XIII, el cardenal Richielieu. Sin embargo, Francia se acercó más plenamente al modelo absolutista bajo el largo reinado de Luis XIV (1643-1715).
Entre 1648 y 1653 hubo una serie de levantamientos armados contra la monarquía, protagonizados por los diferentes sectores que se vieron perjudicados por la política absolutista: nobles, burgueses y campesinos. Estos movimientos (conocidos como “La Fronda”) fueron reprimidos por el ejército. A partir de entonces, el Estado absolutista avanzó sin obstáculos.
Luis XIV fue la expresión más cabal del absolutismo en la Europa moderna.
A diferencia de su antecesor, decidió gobernar personalmente, sin la tutela ni el consejo de un primer ministro y excluyendo a los “grandes del reino” de sus decisiones. El rey se colocó en el centro de todas las resoluciones del Estado. Esa decisión de ejercer un gobierno personal estuvo influida, indudablemente, por la experiencia de La Fronda.